miércoles, 26 de septiembre de 2007

Pepsi Music Día 2: El buen café puede no ser colombiano


Café Tacaba coronó la segunda jornada del festival, en un día que mezcló estilos abajo y arriba del escenario, con No Te Va Gustar, Cielo Razzo, La Portuaria, Estelares y Arbol, entre una larga lista de etcéteras.


Después del retorno de Héroes del Silencio, el Pepsi Music (o mejor dicho, el Club Ciudad de Buenos Aires) se aprestaba para la primera jornada maratónica propiamente dicha. Veintiocho eran las bandas que iban a desfilar por los cuatro escenarios del festival. Los platos fuertes: La Portuaria, Cielo Razzo, No Te Va Gustar, Árbol y Café Tacuba.

Cerca de 20 mil personas se acercaron hasta el club de Avenida Libertador para acompañar esta nueva visita de los mexicanos, pero la tarde comenzó mucho antes. A eso de las cinco, los que apostaron a exprimir al máximo la entrada podían disfrutar de Estelares, que a fuerza de potenciales hits (y algunos que ya lo son) se convirtieron en la banda de sonido ideal para el solcito que regalaba la tarde del sábado.

Al mismo tiempo, los que preferían sonidos un tanto más estridentes acompañaron (y en buen número) a Ludico, que hacía la propio en el escenario del Roxy. También en simultáneo, los Simón (que se dieron el lujo de invitar al mismísimo Zeta Bossio) exhibían su pop/rock con fragancia babasónica, en las tablas con auspicio de Popart. Allí, a mitad de camino entre el cacheo y la suerte de kermese capitalista que mezcla samba y camas elásticas con disquerías e Internet, se mezclaban las chicas que bailaban con medias rosas y anteojos retro, con las miradas raras del pibe con remera de Los Piojos. Extraña mezcla de público si las hay, producto de lo heterogéneo de la grilla.

Del otro lado del lago, Cautiva proponía armoniosas melodías ideales para acompañar con una voz femenina (como lo hacen) cinco minutos antes de que La Portuaria inaugurara el escenario principal. “Baby”, acompañaba la puesta de sol, a la que Diego Frenkel y los suyos musicalizaron con “10.000 kilómetros” y “Llévame”. Ya sin la guitarra colgando de sus hombros, el delgado cantante caminó de punta a punta la pasarela entonando el clásico “Selva” y terminó con “Devorador de Corazones”.

En la otra punta, Cursi cumplía con su papel más allá del poco público que merodeaba el escenario Popart a esa altura de la tarde. Algunos guiños al funk por momentos, y otros a puro acorde mayor y una voz al borde de la desafinación (suponemos que de forma intencional). Otros que combinaban estilos eran los Buzón Sueño, que intercalaban un reggae simil-La Zimbawe con pasajes distorsionados cercanos al grunge. Todo con un aroma a 90’s.

El que sí contó con apoyo popular (y en cantidad) fue el excéntrico Dani Umpi, que logró acomodar diez personas en el diminuto escenario de la entrada para un extravagante pop electrónico que juega al límite entre lo bizarro y lo ridículo. Todo un showman.

Mientras, el escenario principal recibía a Cielo Razzo, los primeros en contar con verdadero apoyo masivo. Mucha gente había ido por los rosarinos y no defraudaron. Ni ellos, ni el público, que ofreció cantos, aplausos y chicas sobre los hombros de chicos. Los músicos, por su parte, respondieron con sonido, profesionalidad y presencia sobre las tablas. De lo mejorcito que brindó el “rock chabón” (si es que sigue existiendo) en los últimos años, con coqueteos no sólo con la escena nacional “no-barrial” sino ritmos rioplatenses y hasta algunas cosillas de Pearl Jam, incluida la camisa de Pablo Pino.

Franzo, por su parte, fue de lo más tradicional que se vio en los escenarios secundarios. Sin más fórmula que la canción, pasaron tanto melodías rockers como fogoneras, y hasta algún guiño a los 80’s. Y Layfe continuó también esa estética al sucederlos en el escenario Roxy. Mientras tanto, en el Popart Tony 70, especie de anti-héroe funky para quien no lo haya visto, sirvió para amenizar la espera de aquellos (y fueron muchos) que aguardaban por los mexicanos, mientras el rock cubría el escenario principal.

Con la noche ya sobre unos cuantas miles de cabezas, No Te Va Gustar agarró corriendo a varios que apostaron a llegar directamente para el show de los uruguayos. Lo cierto es que los de Emiliano Brancciari pelearon palmo a palmo en términos de convocatoria con las cabezas de cartel, lo que evidencia el afecto del público local por los rioplatenses. Sobre el escenario, la banda mostró que la ahora-no-tan-nueva formación está realmente consolidada, por lo que el horizonte todavía permanece amplio para ellos.

Casi desapercibidos, entre la euforia del público con “Fuera de Control” o “Al Vacío”, Ojas hacía lo suyo en el espacio del Roxy, que después cerraría Sonotipo (más cercano a Creamfields que al Pepsi). Pero no por esto lo de Phias & CO fue menos adrenalínico. Sin ir más lejos, se despacharon con una estridente versión de “Pet Cemetery”, con secuencias y rapero incluidos, más allá de la saturada ecualización del escenario. Pero por si alguien prefería una estructura de canción más tradicional, Antonio Birabent paseó algunas de sus melodías antes de que Motel (y su legión de fanáticas under-age) dieran cierre al escenario Popart con un retro-rock simil Franz Ferdinand.

Una vez que los uruguayos de NTVG bajaron de las tablas, Árbol salió a escena para alegría de cientos de niños que se habían agolpado desde temprano frente a las vallas. Y los de Haedo le dieron precisamente lo que ellos buscaban: una enérgica máquina de hits que no escatima en incentivar a su público. Pero lo cierto es que a la quinta vez que Romero gritó “QUILOMBOOO!!”, en menos de tres temas, la cosa empezó a cansar. Excepto, claro está, para los que pogueaban hasta con “Prejuicios” (Osvaldo, digamos). Es evidente que la salida de Eduardo Schmidth le quitó bastante carisma a la banda.

Eran casi las diez de la noche cuando, de punta en blanco, Café Tacuba dio inicio a su show con “Gracias” como manifiesto. Y para los que les resultaba extraño un arranque tan calmo, enseguida pegaron “No Controles” para que ahí sí, el petiso enmascarado rebote de una punta a otra del escenario. “¿Cómo está la banda bonaerense?”, saludo Albarrán (ahora “Ixxi Xoo”) entre sus “chida”, “puramadre” y demases, antes de dar comienzo a “Cero y Uno”.

Los mexicanos resultan realmente excéntricos. Y lo logran sin caer en el ridículo, sino a través de la constante experimentación en la música. Si de algo no se los puede acusar, es de ser convencionales. Aún cuando demuestran su capacidad hitera con “Flores” o “Ingrata” (el primero en el que se logró ver la cara descubierta del cantante), que terminaron de prender al público en el baile. Ni que hablar de “Eres”, en la voz de Meme, ideal para que los que durmieron el día de la primavera tuvieran la oportunidad de intimar con su chica. Pero también hay lugar para la introspección de “Déjate Caer”, sin ir más lejos, a la que se le sumó una coreografía sobre la pasarela.

Más allá de estilos, lo cierto es que los de Ciudad Satélite (nombre de historietas si los hay) se destacan por sobre todas las cosas por su profesionalismo sobre el escenario. Es que a ese coqueteo de estilos, le suman además un despliegue escénico acorde, y hasta saben conjugarlo oportunamente con alguna que otra bajada de línea. Ya sea en cuanto a contaminación (“Mantengan limpia su ciudad, que está muy bonita”, antes de Volver a Comenzar, adelanto del nuevo disco) o reflexionar sobre la actualidad: “Somos todos lo mismo, argentinos, mexicanos, etc… en México nos dividieron los partidos políticos ¿Para qué? Para chingarnos de vuelta”, tiró como preámbulo a “De Acuerdo”.

Con las buenas vibras de “El Puñal y el Corazón” y “Cómo te Extraño” los mexicanos cerraron una nueva visita a nuestra Capital, y con ellos concluyó también el segundo día del Pepsi Music 2007. Si bien es temprano para balances, es tal la cantidad de bandas en la grilla que terminan superponiéndose (aún para quienes llegan temprano) números de renombre con bandas de menor convocatoria. Si tenemos en cuenta que la cantidad no hace a la calidad, tal vez descomprimiendo un poco la grilla el público logre descubrir bandas que hoy son un simple relleno de publicidad.

Foto: RollingStone

martes, 18 de septiembre de 2007

Motörhead: "Kiss of Death"


¿Quién dijo que las vigésimo quintas partes nunca fueron buenas? Como si treinta años no fueran nada, Motörhead sigue sosteniéndose como una fuerza de peso en el rock.



Por supuesto que, a esta altura, un nuevo disco de Lemmy ya no va mover el piso de la música pesada. Pero aún así, está lejos de ser simplemente un viejo barbudo que alguna vez grabó un quinteto de discos grandiosos (de “Overkill” a “Iron Fist” entre 1979 u 1982) y ahora vive del recuerdo. Todo lo contrario. Con el correr de los años (y las décadas) ha continuado editando discos de un nivel más que envidiable. Una leyenda viviente del rock pesado, que todavía cuenta con la fuerza suficiente para sentar de una trompada (musicalmente hablando) al que se pare para desafiarlos.


Con la formación más duradera de su historia (Phil Campbell en guitarra y Mikkey Dee en batería, junto al ahora sexagenario Kilmister en bajo), la banda corona ese proceso en Kiss of Death. Un disco que si bien hubo que esperarlo (afuera se editó el año pasado), suena “bien a Motörhead” de principio a fin, pero esta a años luz de ser un refrito de lo que habían hecho antes. De hecho, el disco explota al máximo el costado más rockero de la banda. Sin ir más lejos, el mismo Lemmy dijo alguna vez que él consideraba a Motörhead una banda de rock and roll más que de heavy metal.


Y es que en ese sentido, sólo “Sword of Glory” y “Kingdom of the Worm” puede decirse que responden a ese estilo. El resto es rock. Por la estructura de las canciones, por el sonido de la guitarra y por la voz rasposa del señor de botas tejanas. Obviamente, estamos hablando de rock and roll al estilo Motörhead. Con riffs crudos y una batería que no tiene piedad por nada que se le cruce adelante.


Como bien dice Kilmister al abrir cada una de sus presentaciones, Motörhead está para patear culos. Y eso es lo que logra con el disco número 25 de su carrera. Reinventándose de la única manera que conoce: manteniéndose fiel a sus raíces más clásicas. Y lejos de caer en una contradicción, los británicos consiguen que sus discos no suenen fuera de época, pero mantienen al mismo tiempo el inconfundible sonido que los caracteriza.


Sucede que, a diferencia de lo que puede ocurrir en otros casos, Lemmy y los suyos logran encontrar diferentes espacios para explorar dentro de ese ámbito. Desde el sonido de locomotora en “Sucker” o “Trigger” a la melancolía de “God Was Never on Your Side”, una excelente balada en donde la voz rasposa de Kilmister funciona como acompañamiento ideal para la guitarra acústica. En el medio están los solos rockeros de “One Night Stand”, la cadencia de “Devil I Know” ideal para el revoleo de melenas, y el tiempo marcado de “Under The Gun”. Lo cierto es que resulta difícil distinguir un punto más alto que el resto en el disco. Y aunque la vara está bien alta, no hay caídas en los tres cuartos de hora que Kiss of Death tarda en resolverse.


Lemmy lo hizo de nuevo. A pesar de los años (los suyos, y los de la banda), Kiss of Death es un disco versátil, que al mismo tiempo retiene en su interior la mística de Motörhead. A esta altura, resulta prácticamente imposible imaginar alguna vez el retiro de Kilmister, y él mismo se encarga de confirmar que todavía está en condiciones de seguir dando batalla. Como puede leerse en el bootleg: “cualquier cosa que intentes, ellos lo hicieron primero, y mejor”.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Un rito de culto


Romapagana, la banda de Andrea Prodan, mostró en Unione e Benevolenza un show de los que ya no quedan muchos. Excéntricos, potentes y ciclotímicos. Imperdibles.

En un capitulo más de las aventuras de Andrea Prodan, el sábado a la noche nos lleva a Unione e Benevolenza. El viejo club de la calle Perón anunciaba la presencia de Romapagana como acto central de la primer velada de septiembre. En este caso ya no se trata de algún proyecto vocal como fue el disco solista del hermano de Luca (“Viva Voce”, 1996) o los geniales Maltratan Hamsters, sino una banda con todas las letras.

Los afiches acusaban un “21 horas puntual” (la idea era mostrar una película antes del recital), pero un problema con el proyector hizo que la espera se estirara hasta casi la medianoche. El televisor del bar servía para que algunos se distraigan con Gimnasia - Independiente, aunque para ser honestos tampoco fue un gran partido.

Lo cierto es que media hora pasadas las once los cuatro hombres enfilaron en mamelucos hacia las tablas. Naranjas para las cuerdas (ya sean cuatro o seis), uno blanco marca Corey Taylor de Slipknot para la bata, y azul para el señor de acento italiano que también se colgaba una guitarra. Se cortaron las cintas de peligro que envolvían al escenario (quedó un barril de Agip y carteles de “Hombres Trabajando”) y el clima fue incresendo a medida que se sumaban instrumentos al jamming que proponían las bases.

Finalmente el ambiente tomó vuelo y se fue transformando en “Ordeñaste, mi amor?”. Si bien los Romapagana se autodefinen como un proyecto de post-punk, para hacer honor a la verdad hay que decir que la cosa es un tanto más amplia. Es que más allá de ponerle un mote, lo distintivo de su sonido es la constante sensación de búsqueda y experimentación arriba del escenario. Con composiciones que le escapan a la canción tradicional para jugar con estructuras desacartonadas que le brindan originalidad a lo que se escucha.

Por más de que se intente no caer en el lugar común, resulta imposible evitar la referencia a Sumo. No por lo estrictamente musical (aunque pueden encontrarse algunas cosas), sino por la manera de plantarse sobre el escenario, con una energía y excentricidad de las que no se encuentran todos los días. Y lo mismo sucede a la hora de buscar otros paralelos, en donde las similitudes aparecen más por actitud (Frank Zappa o Mike Patton por ejemplo), que por lo estrictamente musical.

Y es que más allá de algunos guiños a lo que fue la new wave, lo principal es esa euforia y desenfreno sobre el escenario, que no por ser visceral deja de ser elaborada, sino todo lo contrario. De hecho, explota al máximo las dos. Y en esa conjunción, cada instrumentos juega un papel central. Sin que uno termine por hacerle sombra a otro, logra hacerse sentir cada uno en lo individual, permitiendo que la voz de Andrea vaya de un lado para otro alterando a gusto y piacere el clima de los temas. Desde lo más intimista a la máxima estridencia sin demasiados preámbulos.

Más allá de lo intimista del show, catalogarlo de under sería subestimar la propuesta de Romapagana. Se trata más bien de un secreto de culto, que más allá de no tener un destino masivo (por empezar, cantan en inglés), recomendable no sólo para los adeptos a Sumo sino a cualquier oído ávido de nuevos sonido y propuestas que escapen al conformismo de la escena actual. Sería una pena que dentro de algunos años, te terminen contando que cuando Miranda llenaba el Luna había una banda casi incatalogable, que daba uno de los shows más enérgicos de la ciudad. Después no digas que no te avisamos.

Foto: Romapagana

miércoles, 5 de septiembre de 2007

La vida de cualquier rincón


“Norma y Ester, avatares de dos chicas de Munro” logra entretener y hace reír en cincuenta minutos de desgracia, tristeza y soledad.
Ester trabaja en una peluquería. Norma ya no: fue despedida. Un tal Víctor es el dueño de Munro y es el más poderoso de los señores. Decide quien se queda y quien se va, en todo. Ellas lo odian, pero sienten una rara atracción que nunca sabremos por qué. Ester lo espera sin saber cuando llegará. Siente odio por el despido de su amiga y decide vengarse.

La obra utiliza el absurdo, la exageración y los mezcla con el drama de dos mujeres vacías, secas por dentro. Víctor llega (Miguel Salinas) y comienza la persecución, con actuaciones creíbles y gestos interminable a cargo de Romina Sznaider (Ester). Es que los cuatro actores son comunes, como cualquier persona de Munro, o de una peluquería.

Es salir a la calle y elegir al azar tipos que te hagan creer lo que se está viendo. Porque actúan bien, o común, como gente normal. Quizás un par de sobreactuaciones, pero solo algunas. Y no molestaron mucho. Porque se le ponen otras ganas al under: los recursos son mínimos, las luces iluminan lo necesario y las camisetas transpiran enserio.

Basada en el cuento Libro de los afectos raros, de Carlos Gamerro y bajo la dirección de Ana Franchino, quien también es Norma, la amiga coqueta y con mucho maquillaje, de señora que se quiere hacer la concheta, pero viaja en bondi.

El teatro Orfeo queda por Luís M. Campos, al 1375, y es chiquito, es demasiado chiquito, pero se ve una obra de teatro, y se supone que esa es la idea. Son los sábados a las 22 horas y sólo sale quince pesos.