¿Quién dijo que las vigésimo quintas partes nunca fueron buenas? Como si treinta años no fueran nada, Motörhead sigue sosteniéndose como una fuerza de peso en el rock.
Por supuesto que, a esta altura, un nuevo disco de Lemmy ya no va mover el piso de la música pesada. Pero aún así, está lejos de ser simplemente un viejo barbudo que alguna vez grabó un quinteto de discos grandiosos (de “Overkill” a “Iron Fist” entre 1979 u 1982) y ahora vive del recuerdo. Todo lo contrario. Con el correr de los años (y las décadas) ha continuado editando discos de un nivel más que envidiable. Una leyenda viviente del rock pesado, que todavía cuenta con la fuerza suficiente para sentar de una trompada (musicalmente hablando) al que se pare para desafiarlos.
Con la formación más duradera de su historia (Phil Campbell en guitarra y Mikkey Dee en batería, junto al ahora sexagenario Kilmister en bajo), la banda corona ese proceso en Kiss of Death. Un disco que si bien hubo que esperarlo (afuera se editó el año pasado), suena “bien a Motörhead” de principio a fin, pero esta a años luz de ser un refrito de lo que habían hecho antes. De hecho, el disco explota al máximo el costado más rockero de la banda. Sin ir más lejos, el mismo Lemmy dijo alguna vez que él consideraba a Motörhead una banda de rock and roll más que de heavy metal.
Y es que en ese sentido, sólo “Sword of Glory” y “Kingdom of the Worm” puede decirse que responden a ese estilo. El resto es rock. Por la estructura de las canciones, por el sonido de la guitarra y por la voz rasposa del señor de botas tejanas. Obviamente, estamos hablando de rock and roll al estilo Motörhead. Con riffs crudos y una batería que no tiene piedad por nada que se le cruce adelante.
Como bien dice Kilmister al abrir cada una de sus presentaciones, Motörhead está para patear culos. Y eso es lo que logra con el disco número 25 de su carrera. Reinventándose de la única manera que conoce: manteniéndose fiel a sus raíces más clásicas. Y lejos de caer en una contradicción, los británicos consiguen que sus discos no suenen fuera de época, pero mantienen al mismo tiempo el inconfundible sonido que los caracteriza.
Sucede que, a diferencia de lo que puede ocurrir en otros casos, Lemmy y los suyos logran encontrar diferentes espacios para explorar dentro de ese ámbito. Desde el sonido de locomotora en “Sucker” o “Trigger” a la melancolía de “God Was Never on Your Side”, una excelente balada en donde la voz rasposa de Kilmister funciona como acompañamiento ideal para la guitarra acústica. En el medio están los solos rockeros de “One Night Stand”, la cadencia de “Devil I Know” ideal para el revoleo de melenas, y el tiempo marcado de “Under The Gun”. Lo cierto es que resulta difícil distinguir un punto más alto que el resto en el disco. Y aunque la vara está bien alta, no hay caídas en los tres cuartos de hora que Kiss of Death tarda en resolverse.
Lemmy lo hizo de nuevo. A pesar de los años (los suyos, y los de la banda), Kiss of Death es un disco versátil, que al mismo tiempo retiene en su interior la mística de Motörhead. A esta altura, resulta prácticamente imposible imaginar alguna vez el retiro de Kilmister, y él mismo se encarga de confirmar que todavía está en condiciones de seguir dando batalla. Como puede leerse en el bootleg: “cualquier cosa que intentes, ellos lo hicieron primero, y mejor”.
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