martes, 28 de agosto de 2007
El colmo de la violencia
Cannibal Corpse visitó una vez más Buenos Aires y confirmó que, sin su formación clásica, todavía tiene con qué defenderse. O mejor dicho, con qué atacar.
La lógica diría que, a esta altura de su carrera, Cannibal Corpse no tiene demasiado que ofrecer. Chris Barnes se abrió hace rato para llevar sus gritos a Six Feet Under (la banda, no la serie), y Jack Owen entró como reemplazo de los hermanos Hoffman en Deicide. Sin embargo, con las bases de Alex Webster y Paul Mazurkiewicz como únicos sobrevivientes de aquella formación original, los Cannibal se las arreglaron para sacar a la luz un disco más que respetable, y mantenerse como una referencia obligada en lo que a metal extremo se refiere. El viernes por la noche los depositó en el Teatro de Flores para presentar precisamente esa placa: Kill (no se maten con los títulos muchachos).
A pesar de ser una banda con un nivel de difusión prácticamente inexistente (¿acaso alguien vio un video de ellos después de que desapareció “Al Límite”?), George Fisher y compañía sacaron chapa de su status de culto y coparon El Teatro, donde por las dudas ya habían retirado la lengua stone que cuelga del techo habitualmente.
Por supuesto, teniendo en cuenta de quién se trataba, el menú del viernes por la noche no iba a salir de lo que es el death metal. Puro, crudo y violento. El gran interrogante pasaba por saber si serían capaces de traducir tal brutalidad en el vivo de la banda, o como sucedió con Deicide el año pasado, nos esperaba una bola de sonido donde difícilmente se distinga la voz del doble bombo, o viceversa.
Es que si bien “Kill” es uno de los discos con mejor sonido de su carrera, aunque no es lo mismo grabar hoy en día (cualquier fulano tiene un Pro Tools en la casa) que hacer un disco como Eaten Back To Life en 1990, otra cosa es lograr ese mismo sonido sobre un escenario. Sin embargo, la banda no defraudaría.
La noche arrancó con “Unleashing The Bloodthirsty”, y de allí en adelante todo fue violencia, pogo y headbanging. Arriba y abajo del escenario. Pero más allá del incansable revoleo de cabezas, lo que distinguió a la noche del viernes fue la precisión instrumental de la banda sobre el escenario.
Pat O’brien y Rob Barrett protagonizaron por momentos una verdadera batalla de solos de compás en compás, con una coordinación tal que parecía una misma guitarra. Todo con un nivel de sonido aplastante, pero aún así perfectamente ecualizado. No había lugar en el local de Flores (ni arriba, ni abajo, ni al frente, ni en la barra) en donde algún instrumento saturara o perdiera definición. Aplausos para el sonidista.
Párrafo aparte para Alex Webster. Es impresionante la velocidad con que se desenvuelve el rubio en su bajo. Para colmo, tocando con los dedos. Igualmente, lo que termina ganando es la coordinación de la banda en su conjunto, que sin mirarse engancha cortes asesinos para después seguir con un riff descomunal como si nada. Un verdadero reloj.
Más allá de ser tipos de muy pocas palabras, se notó muy buena conexión entre el público y los músicos, que arengaban cuanto más podían el “cada día te quiero más” y “Cannibal, Cannibal”. Sin ir más lejos, Fisher se tomó con muy buen humor el salivazo que recibió antes de Hammer Smashed Face (maldita costumbre la del público argento), y apenas tiró un irónico “gracias por el escupitajo, me queda bárbaro con estos pantalones”.
“Stripped, Raped and Strangled” marcó el final de la noche (si me preguntan, faltó “A Skull Full of Maggots”) y los Cannibal se despidieron fría y rápidamente tras una hora y cuarto de show. Sin bises, y con Mazurkiewicz revoleando los palillos desde el fondo del escenario (no se le vio la cara en todo el show). Sin embargo, cumplieron, y con creces. Ni una nota fuera de lugar. Ni un solo golpe a de destiempo. Los de Buffalo desplegaron el espíritu más clásico y violento del metal extremo con una precisión impecable. Glen Benton, teléfono.
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