Exodus confirmó el gran momento que atraviesa con un demoledor show en El Teatro de Flores, que superó todas las expectativas.
Para una gran mayoría de personas, Exodus es (además de un tema de Bob Marley) simplemente “la banda en la que tocaba Kirk Hammet antes de irse a Metallica”, a pesar de haber brindado dos gemas del thrash metal como fueron “Bonded By Blood” (1985) y “Fabulous Disaster” (1989). Es cierto que la suerte no los acompañó. En los noventa apenas grabaron dos discos y su carrera se hizo más que intermitente, sumado esto a la muerte del cantante Paul Baloff en 2002. Para colmo, cuando el genial “Tempo of The Damned” de 2004 parecía reencaminarlos, Steve Souza decide dejar la banda en plena gira. Más precisamente, la noche que debían presentarse en República Cromañón.
Sin embargo, cuando todo parecía irse al tacho nuevamente, Gary Holt reclutó una nueva formación y su insistencia finalmente dio frutos con el impresionante “Shovel Headed Kill Machine” (2005), confirmando que se trataba de mucho más que un simple rejunte. Y como no hay dos sin tres, el quinteto estrenó en octubre “The Atrocity Exhibition… Exhibit A”. La noche del sábado, en El Teatro Flores, parecía entonces la ocasión perfecta para hacer olvidar el mal trago de aquellos que habían tenido que devolver su entrada tres años atrás.
Por más extraño que suene, el hecho de que el local de Rivadavia al 7800 haya estado lejos de llenarse (había menos de mil personas), terminó siendo una gran ventaja para el desarrollo del show: el espacio libre se convirtió en la escenografía ideal para un pogo desenfrenado. Aunque suene descabellado, fue un detalle esencial para el desarrollo de la noche, acorde a las reglas de la “vieja-escuela” del thrash.
Y hablamos de vieja escuela porque, a pesar de contar con enormes trabajos en los últimos años, Exodus no renegó en lo más mínimo de su pasado. Es que de los diez temas del hito thrasher que fue su primer disco, sonaron nueve. Y lo que comenzó como una sorpresa en el arranque (la seguidilla de “Bonded By Blood” y “Deliver Us To Evil”) terminó siendo costumbre. Lo único que daba la pauta de que uno no estaba en un bar de California en 1985 eran los pocos temas que se fueron mechando del resto de los discos a lo largo de la noche.
Sin embargo, la verdadera estrella de la noche fue la actitud de la banda. Por empezar, aún cuando su pésimo estado de salud era evidente (llego a vomitar sobre el escenario) Rob Dukes no se cansó de agitar al público a medida que desgarraba su garganta. Y hasta se dio el lujo de comandar el “wall of death”, en donde el campo se divide en dos aguas para luego chocar frente a frente (algo así como lo que hace Árbol, pero con 400 metaleros de cada lado, en vez de adolescentes con granitos). De todas maneras, el “premio chamigo” fue sin dudas para el ex Heathen Lee Altus, que no se cansó de regalar cerveza a los que estaban contra la valla y hasta llegó a decir, Quilmes en mano, que los argentinos teníamos la mejor birra del mundo.
Musicalmente, el show sólo fue opacado por unos pequeños percances de Dukes con el micrófono, pero el nivel de la banda fue realmente impecable. El siempre sonriente Gary Holt demostró ser un verdadero “amo del riff”, hasta se dio el gusto de deleitar a todos batiéndose a duelo de guitarras con su compañero de ruta. Por otro lado, el retorno de Tom Hunting en la batería demostró que poco y nada tiene para envidiarle a Paul Bostaph. Además, fue otro de los que alabó los productos nacionales, en su caso con una empanada de carne en mano después de los bises.
Probablemente en las listas de “shows del año” no sea común encontrarse con recitales donde el lugar esté en tres cuartos de su capacidad, o en los que el micrófono le haya fallado al cantante en tres o cuatro temas. Sin embargo, la entrega de Exodus hizo que difícilmente haya otro acontecimiento este año que supere lo que se vivió el sábado por la noche en Flores. Es que en el balance la comunión con el público, y la capacidad de los músicos de transmitir su pasión por la música que están tocando, aún cuando se trate de riffs con la potencia de una locomotora es sencillamente, im-pre-sio-nan-te.
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