domingo, 18 de noviembre de 2007
Ojas: "Naranja"
En los tiempos que corren, no vamos a descubrir la pólvora al decir que la industria busca etiquetar cualquier cosa que asome. Por supuesto que los rótulos ayudan a tener una idea de lo que a grandes rasgos propone una banda, pero también es cierto que (cada vez más) se trata en varios casos de “inventar” nuevos géneros que no son tal cosa, para después podés colgar el cartelito de “los pioneros de…”, cuando en realidad es más de lo mismo.
“Naranja”, primer “larga duración” de los Ojas (sin H), es un disco que busca escaparle casi sistemáticamente a esos encasillamientos. Por supuesto que alguien podría aparecer diciendo que se trata de un postpunk-pop-techno-disonante, o algún invento por el estilo. Sin embargo, nada ganaríamos con ello. Se trata sí de un disco de canciones, pues más allá del “maquillaje” con consolas, samplers y todo recurso tecnológico que tengan a mano, eso es lo que se puede encontrar en el fondo de los diez tracks que integran el debut de este septeto.
Lo que sucede es que, no importa lo que pase, en cada una de las composiciones aparecen diferentes elementos (ya sean fruto de “tracción a sangre” o ayudas electrónicas) que van deformando y jugando con los límites de cada tema, o incluso en una misma estrofa. Más allá del aura pop que cubre esta primera producción de punta a punta, se entrelazan frente al oyente guitarras acústicas, beats electrónicos y distorsiones estridentes.
Lejos de sonar como una ensalada de sonidos inconexos, el resultado final termina siendo bastante armónico. Claro está que, con tanta maquinola y demases, no es un disco que lleve al oyente a un estado de relax ni mucho menos, pero sí es un disco que logra mantener una energía constante sin cansar ni caerse en el camino.
La producción de Pablo Romero (Arbol) no pasa desapercibida. De hecho, en más de una ocasión hay arreglos que recuerdan a la banda que hasta no hace mucho integraba Edu Schmidt, pero no hay dudas que si algo logra este primer disco, es darle a Ojas una identidad como banda. Tanto la tranquila “Hablo de Vos”, o “Space Night”, como el espíritu cuasi punk-rocker de la enérgica “Versiones”, son prueba de ello.
En esa amalgama, Ojas va y viene cómodamente sin perder el sentido de la orientación, y siempre en menos de cinco minutos. Se podrá decir que el que mucho abarca poco aprieta, pero también es cierto que el que no arriesga no gana. Claramente, el desafío de aquí en adelante pasará por no caer en la repetición.
Video de "Giratoria", corte de difusión de Naranja:
miércoles, 14 de noviembre de 2007
Rastas coquetas de calle Corrientes
Dancing Mood se vistió de gala y grabó su primer disco en vivo en dos salas llenas del Teatro Opera. Más de veinte temas, invitados y una orquesta sinfónica para una noche gigante.
Nadie sabe realmente cuándo una banda pertenece al Mainstream. ¿Al sonar veinte veces en Radio Disney? ¿Al vender más de mil discos? ¿Al tener más merchandising que shows hechos? ¿Al tocar en el Teatro Opera? ¿Realmente importa? No, pero para una banda, y sobre todo para Hugo Lobo, hacer dos fechas en un teatro de Corrientes, seguramente que sí. Porque tuvieron que pasar varios años, tocando en diferentes bandas, sesionando a amigos y eligiendo a doce músicos para formar lo que hoy se conoce como Dancing Mood: un conjunto que, si se buscaría su estilo en el diccionario, figuraría como ska jamaiquino. Pero ellos fusionan el jazz, el reggae y las grandes orquestas.
Todavía vírgenes de teatros grandes y de butacas limpias, aprovecharon la oportunidad para repasar sus tres discos, grabar su primer disco en vivo, y ya que estaban, el primer DVD. Por eso Hugo Lobo dejó la campera de Adidas y como todos sus compañeros, se vistió de gala y llamó a una orquesta sinfónica de sesenta músicos y a un par de amigos invitados, para que la cosa quede redonda y lista para la ocasión.
Al abrirse las cortinas, una bola de sonido salió disparada para todos lados. Fuerte, como estornudo. Eran setenta y cinco instrumentos sonando al mismo tiempo, algo que el oído no está tan acostumbrado a escuchar. Por eso los primeros minutos de “Take Five” fueron necesarios para entender lo que ocurría y empezar a disfrutar, logrando separar instrumentos, unirlos, despegarlos y armar un lindo enchastre.
Mimi Maura entró a escena para tocar dos temas que desaceleraron el ritmo que generaron Skafrica y The Chicken, los dos del disco nuevo. Fue aplaudida y silbada versión obrero con calor. El micrófono por momentos se opacaba por los vientos, pero ella gritaba y cantaba bien.
El sábado apareció Vicentico, pero el domingo pintó el faltazo y la lista se redujo a veintidós temas. “Tunisia”, “Confucious” y “María” pasaron una al lado de la otra con la gente ya en los pasillos, cansados de no poder bailar. La emoción duraba hasta que los grandotes de seguridad pusieran mala cara y con un gesto manden a todos a sentar.
Deborah Dixon fue la segunda invitada previsible de la noche. Pegado a su versión de “Exhale” comenzó Police Woman, uno de los clásicos de la banda, donde el público se convirtió en ricotero y cantó los solos de viento como si fuera “El pibe de los astilleros”. Y como algo de eso hay, de un costado salió Skay Beilinson con una guitarra encima para ponerse en medio de dos saxofones. La gente pidió, como de costumbre, que se vuelvan a juntar. Entre abrazos y sonrisas constantes, se quedó para tocar “Fantasy”. Al salir, saludó cual rock star y un pibe le dio la mano y se subió al escenario, con remera del Indio encima, para abrazarlo y bajar meado.
Ya todo era cómodo: si uno se cansaba de bailar, miraba atrás, calculaba el asiento, y se tiraba un tema, dos, hasta escuchar que otro invitado entraba a escena. Ya para el final, Guillermo Bonetto de los Cafres, subió para cantar “Just the way you are”: claro ejemplo del tema sentado y fiaca.
Los precios variaban de acuerdo a qué tan lejos querías ver a la banda: iban de veinte a sesenta pesos. Razonable si se comienza a comparar y a evaluar la importancia del compromiso. Una mezcla de clases sociales lo entendió y llenaron las dos fechas. Se vieron a muchos que nunca escucharon a Charlie Parker y que sólo conocen a Bob Marley. Y eso es positivo, alentador podría decirse, ya que da cierto optimismo a la hora de pensar que si Airbag es nominado a mejor banda de rock en los premios de Mtv, no es porque los escuchen todos, sino porque alguien puso mucha plata.
Ya para el final, Mariano Castro entró y cantó “You Baby”. Aplausos y los primeros acordes de “Perdido”: todos arriba, todos adelante, esquivando acomodadores y piernas todavía fuera de lugar. El cantito de cancha se repitió cada vez que el estribillo instrumental comenzó. Se bailó y muchos rieron. Solo quedaba “Occupation” y listo: Hugo Lobo agradeció y se fue emocionado.
Las puertas se abrieron y afuera no era Jamaica ni a palos. Dancing Mood terminó una prueba complicada, esperando que no sea la última, creyendo que el público tan tonto no es, y que solo resta organizar una fecha interesante como estas, para que la gente se reúna y escuche algo distinto en medio de tantas cosas iguales.
Versión "deluxe" de Take Five, en el Opera:
viernes, 9 de noviembre de 2007
Teatro: Locura Ordinaria
Muchos dirán que los cuentos están hechos para los niños, que Peter Pan era un grandote que nunca creció y que el Principito era un rubio indeciso con ganas de viajar. Que la fantasía entretiene solo a aquellos con ganas de soñar y sin la menor idea de la triste realidad. Ok, ¿pero no es la idea? Al ver una película o ir al teatro, uno quiere ver situaciones irreales, lejanas y opuestas a nuestro estilo de vida y costumbres, viendo personajes exagerando momentos y reacciones. Algo que la obra de Gustavo Pardi intenta hacer con un excelente uso de vestuario, sonidos e iluminación y un gran equipo que lo respalda.
Pluma es un profesor y Alquitrán un doctor. Juntos conviven con otros seis personajes a cargo de un neurosiquiátrico. Apenas una delgada línea de cordura separan a los locos de los cuerdos, haciendo difícil la tarea de separarlos, conocerlos y ponerles el sello en la frente que los identifica como raros, extraños, locos, idiotas o como quieran llamarlos esta sociedad.
Soledad Angustias Alonso es una estudiante de medicina que viaja a Francia para visitar el instituto a cargo de Monsieur Maillard, el director de toda esa locura concentrada. Su idea es descubrir los complicados métodos de Pluma y Alquitrán para reprimir y/o conllevar esa extraña locura que reina en el lugar y que no tardan en contagiar.
Con actuaciones creíbles, absurdas y exageradas, la obra, basada en un cuento de Edgar Allan Poe, supera con éxito la difícil tarea de trabajar con nueve personajes en escena al mismo tiempo, logrando que el espectador mueva los ojos y escuche con atención los diálogos y el excelente uso de los sonidos ambientales.
Al salir, luego de aplaudir, claro, se puede apreciar la muestra de fotos de Marisa Caruso, quien logró captar los mejores momentos de la obra en blanco y negro. Todo junto, como un combo, en un domingo de sol de este verano mentiroso.
Teatro Del Sur, Venezuela 2255. Domingos 18 horas.
Actuan: Guillermo Blanco, Sol Busnelli, Luciana Cervera Novo, Aldana Cecilia Damiani, Christian Fresta y Natalia Martínez, Federico Negri, Gustavo Pardi, Javier Méndez Pared y Jimena Rey.
Dirección y puesta en escena: Gustavo Pardi
Escenografía: Sabrina Fernández
Versión: Ignacio Gómez Bustamante y Gustavo Pardi
Vestuario: Sol Busnelli, Luciana Cervera Novo y Marisa Lagui
martes, 6 de noviembre de 2007
La vida te da revancha
Para una gran mayoría de personas, Exodus es (además de un tema de Bob Marley) simplemente “la banda en la que tocaba Kirk Hammet antes de irse a Metallica”, a pesar de haber brindado dos gemas del thrash metal como fueron “Bonded By Blood” (1985) y “Fabulous Disaster” (1989). Es cierto que la suerte no los acompañó. En los noventa apenas grabaron dos discos y su carrera se hizo más que intermitente, sumado esto a la muerte del cantante Paul Baloff en 2002. Para colmo, cuando el genial “Tempo of The Damned” de 2004 parecía reencaminarlos, Steve Souza decide dejar la banda en plena gira. Más precisamente, la noche que debían presentarse en República Cromañón.
Sin embargo, cuando todo parecía irse al tacho nuevamente, Gary Holt reclutó una nueva formación y su insistencia finalmente dio frutos con el impresionante “Shovel Headed Kill Machine” (2005), confirmando que se trataba de mucho más que un simple rejunte. Y como no hay dos sin tres, el quinteto estrenó en octubre “The Atrocity Exhibition… Exhibit A”. La noche del sábado, en El Teatro Flores, parecía entonces la ocasión perfecta para hacer olvidar el mal trago de aquellos que habían tenido que devolver su entrada tres años atrás.
Por más extraño que suene, el hecho de que el local de Rivadavia al 7800 haya estado lejos de llenarse (había menos de mil personas), terminó siendo una gran ventaja para el desarrollo del show: el espacio libre se convirtió en la escenografía ideal para un pogo desenfrenado. Aunque suene descabellado, fue un detalle esencial para el desarrollo de la noche, acorde a las reglas de la “vieja-escuela” del thrash.
Y hablamos de vieja escuela porque, a pesar de contar con enormes trabajos en los últimos años, Exodus no renegó en lo más mínimo de su pasado. Es que de los diez temas del hito thrasher que fue su primer disco, sonaron nueve. Y lo que comenzó como una sorpresa en el arranque (la seguidilla de “Bonded By Blood” y “Deliver Us To Evil”) terminó siendo costumbre. Lo único que daba la pauta de que uno no estaba en un bar de California en 1985 eran los pocos temas que se fueron mechando del resto de los discos a lo largo de la noche.
Sin embargo, la verdadera estrella de la noche fue la actitud de la banda. Por empezar, aún cuando su pésimo estado de salud era evidente (llego a vomitar sobre el escenario) Rob Dukes no se cansó de agitar al público a medida que desgarraba su garganta. Y hasta se dio el lujo de comandar el “wall of death”, en donde el campo se divide en dos aguas para luego chocar frente a frente (algo así como lo que hace Árbol, pero con 400 metaleros de cada lado, en vez de adolescentes con granitos). De todas maneras, el “premio chamigo” fue sin dudas para el ex Heathen Lee Altus, que no se cansó de regalar cerveza a los que estaban contra la valla y hasta llegó a decir, Quilmes en mano, que los argentinos teníamos la mejor birra del mundo.
Musicalmente, el show sólo fue opacado por unos pequeños percances de Dukes con el micrófono, pero el nivel de la banda fue realmente impecable. El siempre sonriente Gary Holt demostró ser un verdadero “amo del riff”, hasta se dio el gusto de deleitar a todos batiéndose a duelo de guitarras con su compañero de ruta. Por otro lado, el retorno de Tom Hunting en la batería demostró que poco y nada tiene para envidiarle a Paul Bostaph. Además, fue otro de los que alabó los productos nacionales, en su caso con una empanada de carne en mano después de los bises.
Probablemente en las listas de “shows del año” no sea común encontrarse con recitales donde el lugar esté en tres cuartos de su capacidad, o en los que el micrófono le haya fallado al cantante en tres o cuatro temas. Sin embargo, la entrega de Exodus hizo que difícilmente haya otro acontecimiento este año que supere lo que se vivió el sábado por la noche en Flores. Es que en el balance la comunión con el público, y la capacidad de los músicos de transmitir su pasión por la música que están tocando, aún cuando se trate de riffs con la potencia de una locomotora es sencillamente, im-pre-sio-nan-te.
viernes, 2 de noviembre de 2007
Kapanga: "Crece"
El Mono y compañía llegan a su sexto trabajo de estudio, después de tres años de silencio, en los que la banda experimentó tal vez el mayor crecimiento de sus ya más de diez años de historia.
Entre 2004 y 2005, Kapanga pasó del Teatro Colegiales (hasta entonces el único que había) al Estadio Obras de la mano de “¡Esta!”, un disco cargado de canciones que rápidamente se convertirían en semi-clásicos de la banda. Después de haber llenado el templo del rock tres veces en un año, este 2007 obligaba prácticamente a los de Quilmes a editar un nuevo disco, más allá del vivo+DVD del año pasado (“Kapangstock”).
“Crece”, su sexto trabajo de estudio, intenta consolidar discográficamente, el crecimiento que el Mono y los suyos experimentaron en los últimos años. Sin embargo, esta nueva placa de Kapanga queda a mitad de camino en su intento por suceder a “¡Esta!”. Al contrario de lo que uno podía imaginar, en este caso la banda no logra contagiar mediante el disco esa energía y vitalidad que caracteriza tanto sus presentaciones en vivo como sus anteriores trabajos.
Si volvemos la vista hacia atrás, se podría decir que lo que sucede con este último disco es similar a lo que fue “Operación Rebenque” (2000), un disco que más allá de algunos clásicos indiscutidos como “La Taberna” o “Bailarín Asesino”, no lograba mantener ese mismo nivel a medida que se desarrollaba la placa.
Con “Crece” sucede algo parecido. Por un lado, buena parte del disco rescata el espíritu cuartetero de “A 15 centímetros de la realidad”, como la genial “Mesa 4” o el melancólico “Perdoname”, que incluye la versión “a la cordobesa” del solo de “Highway Star” de Deep Purple. Hasta aquí, 100% Kapanga, de esas canciones que obligatoriamente arrancan una carcajada cómplice del oyente.
Pero por otro lado, el resto del disco explora canciones más tradicionales que no logran contagiar esa “energía kapanguera”, más allá de algunos pasajes interesantes como “Me voy yendo” o el infaltable reggae de “Para mi”, aunque esta vez no sea Maikel el encargado de las voces.
Es que más allá de lo hitero de “Hay un lugar” (sabiamente elegido como corte de difusión), lo que le falta a “Crece” es ese sentido del humor que aparecía tácita o directamente en las canciones de Kapanga, aún cuando fuese para hablar de historias de amor como fueron “Desearía” o “El Universal”, hasta temáticas más controvertidas como las de “Labios” o “Desesperado”.
No es que Kapanga haya cambiado el eje de sus canciones, pero sucede que “Crece” no consigue transmitir esas historias con la creatividad y el ingenio de trabajos como “Botanika” o “¡Esta!”. Y aunque hace su fuerte en una revitalización del espíritu cuartetero que marcó los inicios de la banda (sin dudas el mayor atractivo de la placa), lo cierto es este sexto trabajo no parece encontrarse a la altura de lo que la banda es capaz de ofrecer hoy por hoy. Mientras tanto, habrá que conformarse con sus (sobresalientes) shows en vivo.
martes, 30 de octubre de 2007
No tan distintos
En un mundo hecho de papel como el nuestro, las cosas pueden tomar formas y colores impensados. Los sueños se mezclan con la realidad y la ilusión de un mundo conocido genera tristeza y melancolía.
En Ilusos, los personajes no tienen raza, color, nacionalidad ni DNI. Son seres humanos, como cualquiera que viva en este mundo y siga las reglas que el sistema de turno le dicte hacer.
La obra recuerda a Tim Burton y a su fábrica de chocolotes. Aunque acá no haya caramelos ni dulce de leche, hay papel y cinco adultos jugando entre ellos, resumiendo en pocos minutos a la soledad, la superficialidad y los sueños rotos que uno debe soportar ni bien sale del departamento.
Los personajes son clowns. Ni payasos, ni mimos. Clowns: personas sin pintura en la cara que juegan con cierta complicidad y mezclan la inocencia de un niño vestido de grande, que descubre el mundo tal como se lo van mostrando. En Ilusos, estos cinco personajes presentan temas delicados entreteniendo, exagerando e improvisando en todo momento.
Lejos de los pequeños diálogos que se presentan, en Ilusos, hay que ver y escuchar los sonidos que los rodean: el ruido del mar con hojas de papel, luces, pisadas, sombras, risas, llantos y la música que sirve de voz en momentos en los que es mejor callar.
FICHA TECNICA
Género: Clown
Actor: Irene Sexer, Luciana Wiederhold, Pablo Fusco, Sebastián Godoy y Juan Noodt
Autores: Compañía Clun
Dirección: Marcelo Katz
Dramaturgia: Martín Joab
Escenografía: Compañía Clun y Gabriel Díaz
Iluminación: Fernando Berreta
Música: Sami Abadi
Vestuario: Marta Dieguez
FUNCIONES
Ciudad Cultural Konex
Sarmiento 3131 - Capital Federal
Horarios: vie 21:00, sáb 21:00, sáb 23:00.
sábado, 27 de octubre de 2007
Bulldog: "Salvaje"
Bulldog volvió a entrar al estudio, luego de tres años, para darle forma a su noveno disco, acompañados por Michel Peyronel como productor.
Después de un disco doble que coronó no solo sus quince años de trayectoria, sino su crecimiento de los últimos años, Bulldog estaba prácticamente obligado a realizar una placa que confirme su progreso como banda. Con un sonido potente y un desarrollado sentido de la composición, “Salvaje” demuerta que los rosarinos están a la altura de las circunstancias.
Precisamente, la novena placa de la banda conserva el espíritu punk rocker que caracteriza al grupo, pero evidencia al mismo tiempo una maduración que se refleja tanto en las letras como en la música. No porque el discurso haya cambiado (de hecho, todo lo contrario), sino porque demuestran que se pueden mantener las mismas banderas sin caer en una pose adolescente.
Obviamente, esta nueva producción no escapa a algunos clichés de género como ser el “Un, dos, tres...” del coro que lleva esa misma frase por título, pero lo cierto es que también hay un aroma “rocker” que aparece casi tácitamente a lo largo de toda la placa. Probablemente, el hecho de que el ex-Riff Michel Peyronel haya estado a cargo de la producción haya tenido algo que ver.
En buena parte, la apuesta de la banda parece pasar por darle una esencia más rockera a las composiciones, sin dejar de lado ese aire de punkrocker que está impregnado no sólo en los arreglos sino en el mensaje de las canciones. Y allí se encuentra al mismo tiempo lo más importante de la placa: poder mantener ese discurso y al mismo tiempo abrir las fronteras del sonido para incluso conjugarlos en una misma composición, como ser el tinte heavy de “Apocalipsis”, la canción tradicional de “Un Domingo en Madrid” o “Los Nuevos Hijos de Rock”, esta última, en clara referencia a la tragedia de Cromañón.
Pero no por esto hay que suponer que los más fanáticos de los acordes de quinta vayan a cargar contra los rosarinos. Hay material suficiente para contentarlos, ya por el espíritu irreverente de “Resistir Luchando”, la potencia de “Mi Santo en llamas” o la ya mencionada “Un, dos, tres”. Además, los diferentes perfiles aparecen sabiamente alternados a lo largo del disco. Una decisión que no sólo evita la posible saturación que provocaría tres o cuatro temas continuados con la misma onda, sino que le brinda aire fresco a la placa y la vuelve más entretenida, al tiempo que hace más notorio el abanico que intenta desplegar la banda.
En “Salvaje”, Bulldog demuestra que los años de trayectoria los han llevado a elaborar un sonido propio que, manteniendo las raíces del punk-rock, logra brindarles una identidad como banda.
miércoles, 10 de octubre de 2007
Carajo: "Inmundo"
Carajo retoma en su tercer trabajo de estudio el sonido más distorsionado, que supo caracterizar la primera etapa de su carrera, entremezclado con el costado melódico de los últimos tiempos.
El nuevo disco de Corvata y los suyos, plantea desde el título un juego de palabras entre lo sucio (Inmundo) y el estar inmerso en el mundo actual (In – mundo). Dos conceptos que ellos mismos desarrollan en la gran mayoría de las canciones, en cuanto a temática se refiere; y por si alguno está medio distraído hasta se tomaron el trabajo que distinguir con dos colores el nombre del disco.
La carrera discográfica de Carajo ha tenido características bastante particulares (un “EP” de cinco temas con solo dos nuevos, y un disco en vivo con temas nunca antes editados por ejemplo), pero no por eso menos prolífera. De hecho, está muy cerca de promediar un disco por año. Pero como dirían las viejas revistas especializadas, Inmundo es su tercer “larga duración”. El tercer disco de estudio, y de alguna manera, busca establecer un punto de equilibrio entre lo salvaje (y no por el tema) del disco debut, y la corriente más calma que significó “Atrapasueños”.
El denominador común de la placa es un sonido fuerte y directo, en correlación con las letras entonadas/rapeadas por Corvalán, centrándose mayoritariamente en la controversia del mundo actual. Justamente, eso es lo que plantea “Histeria, TV, Canción de Moda” (con la que abre el disco), que después de una intro semi-dumbeta con aires de Candlemass arremete con esa suerte de nü-metal con aires de barrio que supo nutrir las raíces del grupo en los primeros años de este siglo/milenio.
Sin dudas, “Joder” es el pasaje más duro de la placa en cuanto a sonido, pero igualmente siguen presentes los elementos que caracterizaron la etapa más melódica de la banda en “Atrapasueños”. No sólo en “Acorazados” y “El que ama lo que hace”, que simbolizan los ejemplos más claros en ese sentido, sino conjugándose con algún corte poderoso como en “Una Oportunidad”.
Como es costumbre, el punk rock también tiene su espacio en (valga la redundancia) “Punk sin Cresta”, aunque más cercano a la onda californiana que la energía callejera que habían mostrado, por ejemplo, en “El Vago”, de su primera placa. Igualmente, es preciso destacar el muy buen equilibrio que logran en “Zion”, donde se animan a experimentar una especie de reggae-distorsionado, con un resultado más que satisfactorio.
El mismo Corvatta dijo en que “tal vez Inmundo abra una nueva etapa”. Y es que más que definir su sonido, Inmundo funciona como un puente entre los dos perfiles que supieron conformar la historia de Corvalán y compañía hasta el momento.
lunes, 1 de octubre de 2007
Pepsi Music Día 4: Evitando el ablande
En lo que fue prácticamente una reedición del Metal Fest, la música pesada tuvo su lugar en el quinto día del Pepsi Music, con Almafuerte, Horcas y Logos como anfitriones.
Con el comienzo de la semana, el Pepsi se mudó a Obras. O como reza la nueva dialéctica fashion del rock, pasó a ser “indoors” (aunque haya varias que no están seguros de cómo se pronuncia). La inauguración de las jornadas en El Templo del Rock, estuvo a cargo de verdaderos pesos pesados: Logos, Horcas y Almafuerte. Y no, no se juntó V8; aflojemos con los rumores ridículos muchachos.
La tarde arrancó desde temprano con los Gauchos de Acero (sí, los que colgaron el cover de Sepultura en YouTube) y Jerikó. Después llegaría el combinado de “ex-Rata Blanca’s” (Ian - Berdichevsky - Rowek), que ahora encarnan el proyecto solista de quien fuera cantante en “Entre el Cielo y el Infierno”. Precisamente, de esa placa interpretaron el cover de “Bajo Control”, algo que ya se convirtió en una costumbre en los recitales de la banda.
Con un estadio prácticamente colmado (seamos francos: ¿Quién iba a sacar platea para la fecha heavy?), llegó el primer plato fuerte de la noche: Logos. Con la portada de “Plan Mundial Para la Destrucción” (su última placa) en la pantalla gigante, Zamarbide y los suyos dieron el puntapié inicial con “Viaje a la Realidad”. Y desde el principio, fue la guitarra de Miguel Roldán la que acaparó todas las miradas (y oídos). Sonido fuerte y bien definido, el violero se hizo notar desde el minuto cero.
De la misma manera, no es novedad decir que la base rítmica de Ponce y Scasso logra conjugar potencia, técnica y velocidad formando una verdadera muralla de sonido. Sorpresivamente, el que no tuvo su mejor noche fue el Beto Zamarbide, que por momentos parecía obligado a tener que exigir su voz más que de costumbre.
Igualmente, la gente respondió de buena manera abajo del escenario. Sobre todo, cuando la banda revisitó clásicos de su mítica placa “La Industria del Poder”, como fue el caso de “Marginado”, “Ven a la Eternidad” o “No Te Rindas”. De paso anunciaron que van a grabar un disco reversionando esos viejos clásicos. Sí, bastante ladri, ya lo sabemos, pero puede llegar a ser interesante.
A cinco minutos de las nueve de la noche, la Les Paul de Sebastián Coria dio inicio al set de Horcas con “Pesadilla”, de su última placa “Asesino” editada el año pasado. Dicho sea de paso, va a haber que actualizar la escenografía muchachos, que todavía tiene el arte de tapa de “Demencial”. Pegado vino “Asesinos”, con dedicatoria especial de Walter Meza: “A los políticos corruptos, vamo’ a darle eh!”.
Lamentablemente, al igual que lo ocurrido cuando telonearon a Slayer el año pasado, el escenario de Obras no termina de sentarle cómodo a Horcas. Nuevamente le faltó potencia a las violas (excepto al momento de los solos), en gran parte debido a la decisión de sonar “por separado”, es decir, una de cada costado del escenario. Algo que puede funcionar para los discos, pero no le está dando frutos a la hora del vivo.
Sin embargo, la actitud de la banda puede más que las deficiencias del sonido. La arenga constante de Meza, sumado a la presencia de Yañez y Coria en el escenario (y un monumental Guillermo de Luca en la batería), hacen que la gente termine más que conforme. Eso, y el hecho de que hagan “Destrucción” de V8, tema eternamente idolatrado por la multitud. “El metal es unido o no será nada”, sentenció Walter antes de cerrar con “Esperanza” y zambullirse entre la gente.
Diez en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Las luces se apagan por última vez y “Pensando en llegar” marca el arranque de Almafuerte. Y arranca también el show paralelo de Don Ricardo, pero habrá tiempo para eso más adelante. En lo estrictamente musical, hay que decir que la banda atraviesa un gran momento, con un sobresaliente Claudio Marciello en guitarra. Además, el disco nuevo le brinda una bocanada de aire fresco al concierto, que en los últimos tiempos se había tornado algo redundante.
En el campo, más de cuatro mil almas de negro confirman que el cantito de “Iorio es lo más grande del heavy nacional” no es pura rima. El estadio parece estallar con “Triunfo”, “Homenaje” o “Patria al Hombro”. Es que como dijo el propio Iorio: “El metal de Almafuerte no es música para músicos, es música para las personas”. Y el público así lo entiende.
Además, el buen humor de Ricardo Iorio se hizo evidente una y otra vez a lo largo de la noche. Ya sea para despotricar contra los bares de Libertador que venden la cerveza a ocho pesos, o para armar un verdadero monólogo sobre los que pedían una botella de agua. “¿Por qué carajo cantás ‘el que no salta es un inglés’ si tenés una remera de Iron Maiden?”, se preguntó después de la arenga del estadio tras “El Visitante”. “Gente buena hay en todos lados, allá y acá”. Después agradeció a Mollo, Flavio y un sinfín de etcéteras antes de la despedida con “El Pibe Tigre” y un sentido “A Vos Amigo” dedicado precisamente a la amistad. Y entonces sí, ya no pudo contener el “chúpense esta pija tragaleches”. Como broche de oro llegó otro clásico de V8, en este caso “Muy Cansado Estoy”.
Todos los músicos que pasaron por el escenario se encargaron de aclarar que “el heavy metal no está muerto”. Es que si bien el género nunca mermó en cuanto a público, no hay que olvidar que en los primeros años de festivales en Argentina (2003/2004), el metal no formaba parte de la grilla. A fuerza de distorsión y convocatoria, el heavy ha sabido hacerse un lugar y continúa peleando por mantenerlo. El del martes pasado, fue un paso más en la batalla.
Foto: RollingStone
miércoles, 26 de septiembre de 2007
Pepsi Music Día 2: El buen café puede no ser colombiano
Café Tacaba coronó la segunda jornada del festival, en un día que mezcló estilos abajo y arriba del escenario, con No Te Va Gustar, Cielo Razzo, La Portuaria, Estelares y Arbol, entre una larga lista de etcéteras.
Después del retorno de Héroes del Silencio, el Pepsi Music (o mejor dicho, el Club Ciudad de Buenos Aires) se aprestaba para la primera jornada maratónica propiamente dicha. Veintiocho eran las bandas que iban a desfilar por los cuatro escenarios del festival. Los platos fuertes: La Portuaria, Cielo Razzo, No Te Va Gustar, Árbol y Café Tacuba.
Cerca de 20 mil personas se acercaron hasta el club de Avenida Libertador para acompañar esta nueva visita de los mexicanos, pero la tarde comenzó mucho antes. A eso de las cinco, los que apostaron a exprimir al máximo la entrada podían disfrutar de Estelares, que a fuerza de potenciales hits (y algunos que ya lo son) se convirtieron en la banda de sonido ideal para el solcito que regalaba la tarde del sábado.
Al mismo tiempo, los que preferían sonidos un tanto más estridentes acompañaron (y en buen número) a Ludico, que hacía la propio en el escenario del Roxy. También en simultáneo, los Simón (que se dieron el lujo de invitar al mismísimo Zeta Bossio) exhibían su pop/rock con fragancia babasónica, en las tablas con auspicio de Popart. Allí, a mitad de camino entre el cacheo y la suerte de kermese capitalista que mezcla samba y camas elásticas con disquerías e Internet, se mezclaban las chicas que bailaban con medias rosas y anteojos retro, con las miradas raras del pibe con remera de Los Piojos. Extraña mezcla de público si las hay, producto de lo heterogéneo de la grilla.
Del otro lado del lago, Cautiva proponía armoniosas melodías ideales para acompañar con una voz femenina (como lo hacen) cinco minutos antes de que La Portuaria inaugurara el escenario principal. “Baby”, acompañaba la puesta de sol, a la que Diego Frenkel y los suyos musicalizaron con “10.000 kilómetros” y “Llévame”. Ya sin la guitarra colgando de sus hombros, el delgado cantante caminó de punta a punta la pasarela entonando el clásico “Selva” y terminó con “Devorador de Corazones”.
En la otra punta, Cursi cumplía con su papel más allá del poco público que merodeaba el escenario Popart a esa altura de la tarde. Algunos guiños al funk por momentos, y otros a puro acorde mayor y una voz al borde de la desafinación (suponemos que de forma intencional). Otros que combinaban estilos eran los Buzón Sueño, que intercalaban un reggae simil-La Zimbawe con pasajes distorsionados cercanos al grunge. Todo con un aroma a 90’s.
El que sí contó con apoyo popular (y en cantidad) fue el excéntrico Dani Umpi, que logró acomodar diez personas en el diminuto escenario de la entrada para un extravagante pop electrónico que juega al límite entre lo bizarro y lo ridículo. Todo un showman.
Mientras, el escenario principal recibía a Cielo Razzo, los primeros en contar con verdadero apoyo masivo. Mucha gente había ido por los rosarinos y no defraudaron. Ni ellos, ni el público, que ofreció cantos, aplausos y chicas sobre los hombros de chicos. Los músicos, por su parte, respondieron con sonido, profesionalidad y presencia sobre las tablas. De lo mejorcito que brindó el “rock chabón” (si es que sigue existiendo) en los últimos años, con coqueteos no sólo con la escena nacional “no-barrial” sino ritmos rioplatenses y hasta algunas cosillas de Pearl Jam, incluida la camisa de Pablo Pino.
Franzo, por su parte, fue de lo más tradicional que se vio en los escenarios secundarios. Sin más fórmula que la canción, pasaron tanto melodías rockers como fogoneras, y hasta algún guiño a los 80’s. Y Layfe continuó también esa estética al sucederlos en el escenario Roxy. Mientras tanto, en el Popart Tony 70, especie de anti-héroe funky para quien no lo haya visto, sirvió para amenizar la espera de aquellos (y fueron muchos) que aguardaban por los mexicanos, mientras el rock cubría el escenario principal.
Con la noche ya sobre unos cuantas miles de cabezas, No Te Va Gustar agarró corriendo a varios que apostaron a llegar directamente para el show de los uruguayos. Lo cierto es que los de Emiliano Brancciari pelearon palmo a palmo en términos de convocatoria con las cabezas de cartel, lo que evidencia el afecto del público local por los rioplatenses. Sobre el escenario, la banda mostró que la ahora-no-tan-nueva formación está realmente consolidada, por lo que el horizonte todavía permanece amplio para ellos.
Casi desapercibidos, entre la euforia del público con “Fuera de Control” o “Al Vacío”, Ojas hacía lo suyo en el espacio del Roxy, que después cerraría Sonotipo (más cercano a Creamfields que al Pepsi). Pero no por esto lo de Phias & CO fue menos adrenalínico. Sin ir más lejos, se despacharon con una estridente versión de “Pet Cemetery”, con secuencias y rapero incluidos, más allá de la saturada ecualización del escenario. Pero por si alguien prefería una estructura de canción más tradicional, Antonio Birabent paseó algunas de sus melodías antes de que Motel (y su legión de fanáticas under-age) dieran cierre al escenario Popart con un retro-rock simil Franz Ferdinand.
Una vez que los uruguayos de NTVG bajaron de las tablas, Árbol salió a escena para alegría de cientos de niños que se habían agolpado desde temprano frente a las vallas. Y los de Haedo le dieron precisamente lo que ellos buscaban: una enérgica máquina de hits que no escatima en incentivar a su público. Pero lo cierto es que a la quinta vez que Romero gritó “QUILOMBOOO!!”, en menos de tres temas, la cosa empezó a cansar. Excepto, claro está, para los que pogueaban hasta con “Prejuicios” (Osvaldo, digamos). Es evidente que la salida de Eduardo Schmidth le quitó bastante carisma a la banda.
Eran casi las diez de la noche cuando, de punta en blanco, Café Tacuba dio inicio a su show con “Gracias” como manifiesto. Y para los que les resultaba extraño un arranque tan calmo, enseguida pegaron “No Controles” para que ahí sí, el petiso enmascarado rebote de una punta a otra del escenario. “¿Cómo está la banda bonaerense?”, saludo Albarrán (ahora “Ixxi Xoo”) entre sus “chida”, “puramadre” y demases, antes de dar comienzo a “Cero y Uno”.
Los mexicanos resultan realmente excéntricos. Y lo logran sin caer en el ridículo, sino a través de la constante experimentación en la música. Si de algo no se los puede acusar, es de ser convencionales. Aún cuando demuestran su capacidad hitera con “Flores” o “Ingrata” (el primero en el que se logró ver la cara descubierta del cantante), que terminaron de prender al público en el baile. Ni que hablar de “Eres”, en la voz de Meme, ideal para que los que durmieron el día de la primavera tuvieran la oportunidad de intimar con su chica. Pero también hay lugar para la introspección de “Déjate Caer”, sin ir más lejos, a la que se le sumó una coreografía sobre la pasarela.
Más allá de estilos, lo cierto es que los de Ciudad Satélite (nombre de historietas si los hay) se destacan por sobre todas las cosas por su profesionalismo sobre el escenario. Es que a ese coqueteo de estilos, le suman además un despliegue escénico acorde, y hasta saben conjugarlo oportunamente con alguna que otra bajada de línea. Ya sea en cuanto a contaminación (“Mantengan limpia su ciudad, que está muy bonita”, antes de Volver a Comenzar, adelanto del nuevo disco) o reflexionar sobre la actualidad: “Somos todos lo mismo, argentinos, mexicanos, etc… en México nos dividieron los partidos políticos ¿Para qué? Para chingarnos de vuelta”, tiró como preámbulo a “De Acuerdo”.
Con las buenas vibras de “El Puñal y el Corazón” y “Cómo te Extraño” los mexicanos cerraron una nueva visita a nuestra Capital, y con ellos concluyó también el segundo día del Pepsi Music 2007. Si bien es temprano para balances, es tal la cantidad de bandas en la grilla que terminan superponiéndose (aún para quienes llegan temprano) números de renombre con bandas de menor convocatoria. Si tenemos en cuenta que la cantidad no hace a la calidad, tal vez descomprimiendo un poco la grilla el público logre descubrir bandas que hoy son un simple relleno de publicidad.
Foto: RollingStone
martes, 18 de septiembre de 2007
Motörhead: "Kiss of Death"
¿Quién dijo que las vigésimo quintas partes nunca fueron buenas? Como si treinta años no fueran nada, Motörhead sigue sosteniéndose como una fuerza de peso en el rock.
Por supuesto que, a esta altura, un nuevo disco de Lemmy ya no va mover el piso de la música pesada. Pero aún así, está lejos de ser simplemente un viejo barbudo que alguna vez grabó un quinteto de discos grandiosos (de “Overkill” a “Iron Fist” entre 1979 u 1982) y ahora vive del recuerdo. Todo lo contrario. Con el correr de los años (y las décadas) ha continuado editando discos de un nivel más que envidiable. Una leyenda viviente del rock pesado, que todavía cuenta con la fuerza suficiente para sentar de una trompada (musicalmente hablando) al que se pare para desafiarlos.
Con la formación más duradera de su historia (Phil Campbell en guitarra y Mikkey Dee en batería, junto al ahora sexagenario Kilmister en bajo), la banda corona ese proceso en Kiss of Death. Un disco que si bien hubo que esperarlo (afuera se editó el año pasado), suena “bien a Motörhead” de principio a fin, pero esta a años luz de ser un refrito de lo que habían hecho antes. De hecho, el disco explota al máximo el costado más rockero de la banda. Sin ir más lejos, el mismo Lemmy dijo alguna vez que él consideraba a Motörhead una banda de rock and roll más que de heavy metal.
Y es que en ese sentido, sólo “Sword of Glory” y “Kingdom of the Worm” puede decirse que responden a ese estilo. El resto es rock. Por la estructura de las canciones, por el sonido de la guitarra y por la voz rasposa del señor de botas tejanas. Obviamente, estamos hablando de rock and roll al estilo Motörhead. Con riffs crudos y una batería que no tiene piedad por nada que se le cruce adelante.
Como bien dice Kilmister al abrir cada una de sus presentaciones, Motörhead está para patear culos. Y eso es lo que logra con el disco número 25 de su carrera. Reinventándose de la única manera que conoce: manteniéndose fiel a sus raíces más clásicas. Y lejos de caer en una contradicción, los británicos consiguen que sus discos no suenen fuera de época, pero mantienen al mismo tiempo el inconfundible sonido que los caracteriza.
Sucede que, a diferencia de lo que puede ocurrir en otros casos, Lemmy y los suyos logran encontrar diferentes espacios para explorar dentro de ese ámbito. Desde el sonido de locomotora en “Sucker” o “Trigger” a la melancolía de “God Was Never on Your Side”, una excelente balada en donde la voz rasposa de Kilmister funciona como acompañamiento ideal para la guitarra acústica. En el medio están los solos rockeros de “One Night Stand”, la cadencia de “Devil I Know” ideal para el revoleo de melenas, y el tiempo marcado de “Under The Gun”. Lo cierto es que resulta difícil distinguir un punto más alto que el resto en el disco. Y aunque la vara está bien alta, no hay caídas en los tres cuartos de hora que Kiss of Death tarda en resolverse.
Lemmy lo hizo de nuevo. A pesar de los años (los suyos, y los de la banda), Kiss of Death es un disco versátil, que al mismo tiempo retiene en su interior la mística de Motörhead. A esta altura, resulta prácticamente imposible imaginar alguna vez el retiro de Kilmister, y él mismo se encarga de confirmar que todavía está en condiciones de seguir dando batalla. Como puede leerse en el bootleg: “cualquier cosa que intentes, ellos lo hicieron primero, y mejor”.
jueves, 13 de septiembre de 2007
Un rito de culto
Romapagana, la banda de Andrea Prodan, mostró en Unione e Benevolenza un show de los que ya no quedan muchos. Excéntricos, potentes y ciclotímicos. Imperdibles.
En un capitulo más de las aventuras de Andrea Prodan, el sábado a la noche nos lleva a Unione e Benevolenza. El viejo club de la calle Perón anunciaba la presencia de Romapagana como acto central de la primer velada de septiembre. En este caso ya no se trata de algún proyecto vocal como fue el disco solista del hermano de Luca (“Viva Voce”, 1996) o los geniales Maltratan Hamsters, sino una banda con todas las letras.
Los afiches acusaban un “21 horas puntual” (la idea era mostrar una película antes del recital), pero un problema con el proyector hizo que la espera se estirara hasta casi la medianoche. El televisor del bar servía para que algunos se distraigan con Gimnasia - Independiente, aunque para ser honestos tampoco fue un gran partido.
Lo cierto es que media hora pasadas las once los cuatro hombres enfilaron en mamelucos hacia las tablas. Naranjas para las cuerdas (ya sean cuatro o seis), uno blanco marca Corey Taylor de Slipknot para la bata, y azul para el señor de acento italiano que también se colgaba una guitarra. Se cortaron las cintas de peligro que envolvían al escenario (quedó un barril de Agip y carteles de “Hombres Trabajando”) y el clima fue incresendo a medida que se sumaban instrumentos al jamming que proponían las bases.
Finalmente el ambiente tomó vuelo y se fue transformando en “Ordeñaste, mi amor?”. Si bien los Romapagana se autodefinen como un proyecto de post-punk, para hacer honor a la verdad hay que decir que la cosa es un tanto más amplia. Es que más allá de ponerle un mote, lo distintivo de su sonido es la constante sensación de búsqueda y experimentación arriba del escenario. Con composiciones que le escapan a la canción tradicional para jugar con estructuras desacartonadas que le brindan originalidad a lo que se escucha.
Por más de que se intente no caer en el lugar común, resulta imposible evitar la referencia a Sumo. No por lo estrictamente musical (aunque pueden encontrarse algunas cosas), sino por la manera de plantarse sobre el escenario, con una energía y excentricidad de las que no se encuentran todos los días. Y lo mismo sucede a la hora de buscar otros paralelos, en donde las similitudes aparecen más por actitud (Frank Zappa o Mike Patton por ejemplo), que por lo estrictamente musical.
Y es que más allá de algunos guiños a lo que fue la new wave, lo principal es esa euforia y desenfreno sobre el escenario, que no por ser visceral deja de ser elaborada, sino todo lo contrario. De hecho, explota al máximo las dos. Y en esa conjunción, cada instrumentos juega un papel central. Sin que uno termine por hacerle sombra a otro, logra hacerse sentir cada uno en lo individual, permitiendo que la voz de Andrea vaya de un lado para otro alterando a gusto y piacere el clima de los temas. Desde lo más intimista a la máxima estridencia sin demasiados preámbulos.
Más allá de lo intimista del show, catalogarlo de under sería subestimar la propuesta de Romapagana. Se trata más bien de un secreto de culto, que más allá de no tener un destino masivo (por empezar, cantan en inglés), recomendable no sólo para los adeptos a Sumo sino a cualquier oído ávido de nuevos sonido y propuestas que escapen al conformismo de la escena actual. Sería una pena que dentro de algunos años, te terminen contando que cuando Miranda llenaba el Luna había una banda casi incatalogable, que daba uno de los shows más enérgicos de la ciudad. Después no digas que no te avisamos.
Foto: Romapagana
miércoles, 5 de septiembre de 2007
La vida de cualquier rincón
“Norma y Ester, avatares de dos chicas de Munro” logra entretener y hace reír en cincuenta minutos de desgracia, tristeza y soledad.
Ester trabaja en una peluquería. Norma ya no: fue despedida. Un tal Víctor es el dueño de Munro y es el más poderoso de los señores. Decide quien se queda y quien se va, en todo. Ellas lo odian, pero sienten una rara atracción que nunca sabremos por qué. Ester lo espera sin saber cuando llegará. Siente odio por el despido de su amiga y decide vengarse.
La obra utiliza el absurdo, la exageración y los mezcla con el drama de dos mujeres vacías, secas por dentro. Víctor llega (Miguel Salinas) y comienza la persecución, con actuaciones creíbles y gestos interminable a cargo de Romina Sznaider (Ester). Es que los cuatro actores son comunes, como cualquier persona de Munro, o de una peluquería.
Es salir a la calle y elegir al azar tipos que te hagan creer lo que se está viendo. Porque actúan bien, o común, como gente normal. Quizás un par de sobreactuaciones, pero solo algunas. Y no molestaron mucho. Porque se le ponen otras ganas al under: los recursos son mínimos, las luces iluminan lo necesario y las camisetas transpiran enserio.
Basada en el cuento Libro de los afectos raros, de Carlos Gamerro y bajo la dirección de Ana Franchino, quien también es Norma, la amiga coqueta y con mucho maquillaje, de señora que se quiere hacer la concheta, pero viaja en bondi.
El teatro Orfeo queda por Luís M. Campos, al 1375, y es chiquito, es demasiado chiquito, pero se ve una obra de teatro, y se supone que esa es la idea. Son los sábados a las 22 horas y sólo sale quince pesos.
martes, 28 de agosto de 2007
El colmo de la violencia
Cannibal Corpse visitó una vez más Buenos Aires y confirmó que, sin su formación clásica, todavía tiene con qué defenderse. O mejor dicho, con qué atacar.
La lógica diría que, a esta altura de su carrera, Cannibal Corpse no tiene demasiado que ofrecer. Chris Barnes se abrió hace rato para llevar sus gritos a Six Feet Under (la banda, no la serie), y Jack Owen entró como reemplazo de los hermanos Hoffman en Deicide. Sin embargo, con las bases de Alex Webster y Paul Mazurkiewicz como únicos sobrevivientes de aquella formación original, los Cannibal se las arreglaron para sacar a la luz un disco más que respetable, y mantenerse como una referencia obligada en lo que a metal extremo se refiere. El viernes por la noche los depositó en el Teatro de Flores para presentar precisamente esa placa: Kill (no se maten con los títulos muchachos).
A pesar de ser una banda con un nivel de difusión prácticamente inexistente (¿acaso alguien vio un video de ellos después de que desapareció “Al Límite”?), George Fisher y compañía sacaron chapa de su status de culto y coparon El Teatro, donde por las dudas ya habían retirado la lengua stone que cuelga del techo habitualmente.
Por supuesto, teniendo en cuenta de quién se trataba, el menú del viernes por la noche no iba a salir de lo que es el death metal. Puro, crudo y violento. El gran interrogante pasaba por saber si serían capaces de traducir tal brutalidad en el vivo de la banda, o como sucedió con Deicide el año pasado, nos esperaba una bola de sonido donde difícilmente se distinga la voz del doble bombo, o viceversa.
Es que si bien “Kill” es uno de los discos con mejor sonido de su carrera, aunque no es lo mismo grabar hoy en día (cualquier fulano tiene un Pro Tools en la casa) que hacer un disco como Eaten Back To Life en 1990, otra cosa es lograr ese mismo sonido sobre un escenario. Sin embargo, la banda no defraudaría.
La noche arrancó con “Unleashing The Bloodthirsty”, y de allí en adelante todo fue violencia, pogo y headbanging. Arriba y abajo del escenario. Pero más allá del incansable revoleo de cabezas, lo que distinguió a la noche del viernes fue la precisión instrumental de la banda sobre el escenario.
Pat O’brien y Rob Barrett protagonizaron por momentos una verdadera batalla de solos de compás en compás, con una coordinación tal que parecía una misma guitarra. Todo con un nivel de sonido aplastante, pero aún así perfectamente ecualizado. No había lugar en el local de Flores (ni arriba, ni abajo, ni al frente, ni en la barra) en donde algún instrumento saturara o perdiera definición. Aplausos para el sonidista.
Párrafo aparte para Alex Webster. Es impresionante la velocidad con que se desenvuelve el rubio en su bajo. Para colmo, tocando con los dedos. Igualmente, lo que termina ganando es la coordinación de la banda en su conjunto, que sin mirarse engancha cortes asesinos para después seguir con un riff descomunal como si nada. Un verdadero reloj.
Más allá de ser tipos de muy pocas palabras, se notó muy buena conexión entre el público y los músicos, que arengaban cuanto más podían el “cada día te quiero más” y “Cannibal, Cannibal”. Sin ir más lejos, Fisher se tomó con muy buen humor el salivazo que recibió antes de Hammer Smashed Face (maldita costumbre la del público argento), y apenas tiró un irónico “gracias por el escupitajo, me queda bárbaro con estos pantalones”.
“Stripped, Raped and Strangled” marcó el final de la noche (si me preguntan, faltó “A Skull Full of Maggots”) y los Cannibal se despidieron fría y rápidamente tras una hora y cuarto de show. Sin bises, y con Mazurkiewicz revoleando los palillos desde el fondo del escenario (no se le vio la cara en todo el show). Sin embargo, cumplieron, y con creces. Ni una nota fuera de lugar. Ni un solo golpe a de destiempo. Los de Buffalo desplegaron el espíritu más clásico y violento del metal extremo con una precisión impecable. Glen Benton, teléfono.
miércoles, 22 de agosto de 2007
Fluido: "Complementos"
En el último tiempo, Rosario se perfila como un verdadero semillero de rock. Fluido encarna posiblemente su vertiente más alternativa, cargada de guitarras graves con aire a fin de los noventa.
Aunque hoy parezca que pasaron eras geológicas completas, el nü-metal marcó a fuego la última etapa de los noventa y principios de este nuevo siglo/milenio. Por esos días en que Korn y Deftones dominaban el mundo, Fluido tomaba forma unas cuantas coordenadas hacia el sur. Más precisamente en la ciudad de Rosario.
“Complementos”, su primer placa oficial tras algunos demos y EP’s (eso a lo que antes se le decía “simple”), rescata el costado más melódico de aquellos días. Es decir, no las guitarras afinadas casi tan graves como un contrabajo, sino canciones con la voz bien al frente sobre un colchón de arpegios que tarde o temprano desembocan en violas distorsionadamente entrecortadas.
Si la descripción les sonó a Incubus, no es casualidad. De hecho, los californianos son, sin dudas, la referencia más acertada para describir el sonido de los rosarinos, aunque en este caso no haya bandejas. No solo por las guitarras “prolijamente salvajes”, sino también por la voz de Lolo Luciani, que bien podría ser considerado el Brandon Boyd argentino. Con todo lo que eso implica (para pruebas irrefutables recurrir a “Pista o Señal”, que abre la placa).
Sin embargo, los muchachos logran demostrar que su colección de discos va más allá de Make Yourself y Morning View. Sin ir más lejos, el álbum sigue con “Liana”, y un riff con olor a desierto típico de Josh Homme en Kyuss. Por supuesto, y más teniendo en cuenta que el grupo se forma en el año 2000, todo lo que fue el fin de los noventa nutre de una manera u otra este primer esfuerzo discográfico. No sólo el metal de bermudas anchas, sino también algunas cosillas del stoner y hasta el rock alternativo más contemporáneo de este nuevo milenio.
Precisamente, Fluido termina de hacerse fuerte en aquellos pasajes donde logra combinar mejor esa amalgama de influencias. Desde el sonido aplastante de “Plástico” al ambiente atmosférico de “Por qué?” o lo enérgico de “Poder continuar”. No hay dudas de que cuentan con la actitud necesaria para rockear, y hasta permitirse algún que otro headbanging, como en “Tu fórmula”.
Incluso la poesía de “Complementos” toma también un tinte definido y propio, empañado apenas por cierta tendencia a la rima consonante (mundo/segundo/profundo/inmundo, en “Escape” por ejemplo) pero que no hecha a perder el mensaje de la canción. En ese sentido, la manera en que Luciani logra relatar (en su gran mayoría) las idas y vueltas de dos personas resulta más que efectiva. Demás está aclarar que estamos a años luz de un “romanticismo”, pero sí de experiencias en las que más de uno puede verse reflejado.
Fluido cuenta con todo lo necesario para despegar. Buenas canciones, un sonido bien logrado, una gran producción y un cantante con un timbre de voz que le da destino de hit a casi todo lo que entona. Tal vez, ahora que MTV volvió a aceptar a gente que se viste de negro, los rosarinos tengan su oportunidad.
jueves, 16 de agosto de 2007
¡Volvió la alegría vieja!
“Sala llena”, escupieron desde la boletería. “Tamadre”, respondieron los que sobraban. Pasa que Alfredo Casero presentaba "The Casero Experimendo", su última propuesta teatral en el ND Ateneo.
Que Alfredo Casero está completamente limado no es una novedad. La noticia es su vuelta a los escenarios y las nuevas historias que tiene para contar, todas mezcladas con un humor tan delicado e incoherente que solo un seguidor de sus proyectos logra apreciar en un cien por ciento.
Con un gran despliegue de multimedia, ayudadazo por los climas musicales generados por la Orquesta de Tango Astillero, el retorno del creador de "Cha Cha Cha" ya es un verdadero éxito. El publico ya está acostumbrado a sus salidas y no se asombra cuando grita “pija” ni “mierda”, solo ríe contento y cómplice del comienzo de un chiste que nunca va a terminar. Las historias comienzan y terminan en cualquier lugar, siempre con un correcto hilo conductor entre tema y tema.
De fondo, unos videos muestran publicidades animadas que recuerdan a sus trabajos anteriores, en los que la parodia y el chiste negro se unen al absurdo: “Gambertuni, el auto familiar que todos esperamos”, o “Roberto Putuá, el peluquero pop”.
Casero cuenta historias, mezcla tanto la improvisación, que el espectador deja de saber cual es el guión original. “¿Dónde estaba? preguntaba mientras todos reían como buenos fanáticos que son (por momentos exagerados e insoportables, claro) y aplaudían hasta los errores de sus monólogos. Es que Casero es simpático hasta cuando se equivoca, y eso pocos se pueden dar el gusto de alardear.
Antes de su entrada, los personajes de cha cha cha Batman y Robin recorren el teatro en busca de sus lugares. Discuten, hablan de negocios y hasta pelean con una vieja que no los deja de insultar. El público ya los conoce de memoria y aplaude agradecido.
Un show recomendable para revivir los noventa, cuando este humor delirante recién comenzaba a tomar vida de la mano de Capusotto-Alberti-Casero. Mismos gags, mismas incoherencias, y el humor negro de siempre. Algo distinto que por suerte nos podemos seguir dando el lujo de disfrutar.